LA PRIMA NOTTE DI QUIETE

La prima notte di quiete - Valerio Zurlini   – 1972



TITULO ORIGINAL La prima notte di quiete

AÑO 1972

IDIOMA Italiano

SUBTITULOS Español (Separados)

DURACION 125 min.

DIRECTOR Valerio Zurlini

GUIÓN Valerio Zurlini & Enrico Medioli

MÚSICA Mario Nascimbene

FOTOGRAFÍA Dario Di Palma

REPARTO Alain Delon, Sonia Petrova, Giancarlo Giannini, Lea Massari, Renato Salvatori, Alida Valli, Salvo Randone, Nicoletta Rizzi

PRODUCTORA Coproducción Italy-France

GÉNERO Drama



SINOPSIS

Daniel ha llegado a Rimini para ejercer durante tres meses como profesor de Literatura en un instituto. Vive con una mujer a la que apenas le une algo. En el colegio Daniel conoce a una de sus alumnas Vanina, un bella joven por la que se interesa desde el primer momento. (FILMAFFINITY)

La primera noche de la quietud


Alain Delon interpreta a Daniele Dominici, un docente erudito totalmente desencantado con la vida, jugador y bebedor, quien cambiará el rumbo de su vida al mudarse a la ciudad marítima italiana de Rímini. Convive con Mónica (Lea Massari) en una relación algo confusa. Para Dominici las cosas se polarizan de manera contundente cuando conoce a una hermosa estudiante: Vanina (Sonia Petrovna) de la cual se enamora perdidamente y quien es la prometida de un rico lugareño: el libertino Gerardo, aunque nada es lo que parece: tanto la joven en cuestión como sus nuevos amigos están involucrados en la prostitución y la mala vida. Estos sucesos llevarán a la trama a desenvolverse en un modo tan trágico como inesperado.(1)




COMENTARIOS

Pocas veces en el cine italiano de los primeros años setenta, se puede encontrar un título que, de manera absolutamente entregada, traslade en sus imágenes un contexto de alienación y decadencia, de irremisible en definitiva, pérdida de todos los valores que hicieron grande el pasado de Italia. Es más, LA PRIMA NOTTE DI QUIETE (La primera noche de la quietud, 1972), penúltima de las realizaciones del italiano Valerio Zurlini, adopta en su propuesta dramática un permanente aroma mortuorio, que se representa e la actitud y la propia presencia de su protagonista. Este es Daniele Dominici (un entregado Alain Delon, más sensible que nunca), un profesor que acepta viajar hasta Rimini para ejercer como profesor sustituto ante la baja del titular de historia del arte. En realidad, a Daniele no le faltaba ejercer ninguna profesión, ya que es –al final de la película lo sabremos- un representante de una distinguida familia italiana. Sin embargo, Dominici ha preferido vivir a su aire, por su cuenta, intentando orillar esa seguridad económica y, al mismo tiempo, los servilismos de clase que hubiera tenido que asumir caso de haber seguido con sus padres. Pronto se integrará en su cometido profesional, logrando contrariar las directrices dictadas por el escasamente tolerante director del instituto, pero al mismo tiempo observando muy de cerca a una joven alumna, por la que desde el primer momento reconocerá sentirse fascinado. Se trata de Vanina Avati (Sonia Petrovna), una muchacha que alterna cierto grado de insolencia, con una sensibilidad que el nuevo profesor sabe detectar desde el primer momento. Junto a esta creciente pasión, la vida de Daniele se debate en juergas desarrolladas por un grupo de compañeros francamente poco recomendables, su obsesión por jugar a las cartas –en las que dilapida el dinero que gasta-, y los escasos momentos que comparte con su esposa, una ya madura Mónica (Lea Massari), con quien comparte la misma casa, pero a la que mantiene al margen de cualquier acercamiento que no sea el meramente amistoso.

Pero más allá del grado de interés que pueda proporcionar el seguimiento de la base argumental del film, lo realmente brillante –que en algunos momentos llega a resultar conmovedor-, es la manera con la que Zurlini nos describe el recorrido existencial de un hombre culto y sensible, que se muestra ajeno a los turbios festejos a los que lo invitan los amigos que ha conocido, y que se pasea casi de manera ritual por una calles de Rimini dominadas por una iluminación lívida, por la ausencia de vitalidad en sus calles, y por el fuerte contraste entre las viejas edificaciones y la fría modernidad planteada en edificios de nueva creación que parecen adquirir un aire fantasmal. Será un contexto no solo físico o telúrico, sino realmente opresivo, en el que nuestro protagonista no dudará en acentuar su pasión con esa muchacha que, al menos, ha aparecido en su vida como un auténtico espejismo existencial, que le proporcionará la ilusión de que su vida puede tener finalmente un sentido. Es por ello que Daniele llevará a Vanina a visitar un parque acuático en donde actúan delfines... y en el que nada más que están ellos dos como espectadores, en un recinto de desoladora soledad. También le entregará un ejemplar de obras literarias como Vanina vanini, y la llevará a contemplar bellas obras artísticas como la Madonna de Monterchi. En definitiva, el hastiado profesor intenta plantear en ella el elemento al que pueda entregar lo mejor de sí mismo, bien sea su propio bagaje cultural, bien sea finalmente su entrega absoluta consumando el acto sexual, en una cabaña, y ante una gran tormenta. Pero hay un problema. Vanina tiene novio y este, aunque se ha caracterizado por prodigar la infidelidad con ella, finalmente quiere que abandone la relación que se va consolidando con el profesor, hasta que por último la muchacha renuncie a sus deseos, confesándole que ha estado con él solo por dinero y también por miedo.

Más allá de su línea argumental, LA PRIMA NOTTE... destaca por lo abrupto de su montaje –en ocasiones demasiado crispado-, por permitir un retrato suficientemente distanciado de las modas, modos y mentalidades que se producían entre las jóvenes generaciones de aquellos primeros años setenta, que quedan finalmente tan caracterizados por ese contexto casi fantasmal que adquieren las numerosas secuencias de exteriores, que hablan de un pueblo abducido por la rutina, y ausente de toda vitalidad. Es fácil deducir por ello, que la presencia de Dominici insufle un cierto grado de humanidad, proporcionada paradójicamente por alguien que demuestra en todo momento no sentir apego alguno a la vida.

En la película se encuentra presente un personaje muy interesante. Se trata de Spider (un estupendo Giancarlo Gianini), a quien se adivina cierta latente homosexualidad y que se encuentra atraído hacia nuestro protagonista. De él descubrirá su pasado como autor de poemas, quedando seducido por el aura de lucidez y bonhomía que emana del profesor. Spider es un hombre sensible, y junto a Daniele viajará hasta una mansión en ruinas, en cuya visita este le comentará los recuerdos que le quedan de aquellas viejas paredes, revestidas de testimonios de un pasado transformado en esos momentos en absoluta decadencia.

Una decadencia que, de manera absolutamente voluntaria, asumirá este profesor que conduce un auto especialmente anacrónico, que desea alcanzar una oportunidad para poder ser feliz por una vez en su vida –junto a Vanina-, pero que en el fondo de su alma intuye de manera certera que le queda muy poco tiempo para estar en el mundo de los vivos. De hecho, en numerosas ocasiones su declamación de textos literarios, siempre le remitirán a la constatación de la cercanía del fin de su existencia.

Bajo mi punto de vista, el fin de Zurlini alcanza una alta temperatura emocional en las secuencias intimistas o “a dos”, mientras que en aquellos momentos de grupo, definidos por fiestas o incluso en las estúpidas iniciativas de los alumnos de clase –fragmentos sin embargo que tienen un notable alcance descriptivo de lo que en aquellos años era el paradigma de la modernidad implantada por la juventud, aspecto este extendido incluso hasta en el aspecto exterior de sus personajes-, pierda algo de su brillantez. No importa, tan solo hace falta filmar esos exteriores casi fantasmagóricos, esas calles desiertas y desprovistas de vida, para darnos cuenta que la vivencia que sufre Daniele Dominici, no es más que un ensayo general para la muerte. Esa muerte que en todo momento siente muy de cerca, a la que de alguna manera desafía, y a la que finalmente deseará tender un puente imposible con la presencia fascinante de Vanina. El desafío no podrá cumplirse, y tras la muerte de este hombre honesto y sensible, asistiremos a las honras fúnebres realizadas en la mansión de su familia. Allí contemplaremos un contexto opresivo de rostros arrugados y rituales, y muy pronto entenderemos la decisión del ya fallecido por huir de un mundo ocupado por auténticos muertos en vida. Al menos él, era un hombre vivo y libre que en su sensibilidad añoraba la muerte.

A pesar de ese montaje abrupto en la transición de secuencias, y de cierta insistencia en mostrar fiestas y situaciones muy definitorias del periodo en que el film fue rodado, lo cierto es que LA PRIMA NOTTE DI QUIETE es una interesante aportación de un Valerio Zurlini, que ya tan solo rodaría, cuatro años después, IL DESERTO DEI TARTARI (El desierto de los tártaros, 1976).(2)


Dapprima una mortificante mancanza di materia, una poco generosa elementarità ce ne fanno avvertire la noia e il vuoto; ma poi lentamente si apprezza sempre più la levità dell’orizzonte, la sua pura luce, l’esaltazione trascolorante più dello spazio che dell’acqua, quell’azzurro rarefatto cui non contrasta da terra nessun altro colore deciso, ma risponde se mai qualche tinta tenue e spenta che può lontanamente specchiarlo.

Rimini d’inverno è immersa in quest'atmosfera irreale: le lunghe file di cabine disposte in sequenze ordinate, dai colori pastello – assumono l’aspetto di un paesaggio d’infanzia, - però disertato, come se appartenesse a una stagione dell’esistenza ormai perduta, scomparsa, per sempre inghiottita dalla vita adulta e ci appare come lo scarto di qualcosa che non c’è più e di cui si farà a meno per sempre.

Ê la visualizzazione straordinaria di una particolare nevrosi della cultura contemporanea: l’attesa. Attesa del nuovo, del sogno, della vera vita ed il film La prima notte di quiete di Valerio Zurlini del 1972 è il ritratto di questo paesaggio straniato, assunto a metafora della condizione umana: l’attesa del cambiamento, della liberazione dalla grigia vita provinciale, dalle ossessioni erotiche, da se stessi, dalla precarietà degli anni giovanili.

La vicenda narra la malinconia di naufragi sulla costa adriatica. Insieme a Monica, la donna che da dieci anni vive con lui, approda a Rimini, supplente di lettere nel liceo, un professore. Daniele Dominici, questo il suo nome, è colto e autore di poesia, ma ormai sembra staccato da tutto: specialmente dalla scuola. Benché non abbia ancora raggiunto i quarant’anni, sembra aver già bruciato ogni volontà ed interesse, preferendo semplicemente sopravvivere.

A fargli cambiare idea è Vanina, la più bella delle allieve, una diciannovenne chiusa e misteriosa, della quale l’uomo s’innamora, pur conoscendone il drammatico passato. Gerardo, il ricco amante di Vanina e la madre di lei, una poco di buono, cercano invano di tenerlo alla larga.

Convinti di amarsi alla follia, e dopo che Daniele ha preso a pugni Gerardo, e costui ha rivelato i torbidi trascorsi della ragazza, i due decidono di fuggire insieme. Ma Monica minaccia di suicidarsi, se verrà abbandonata, e Daniele teme che faccia sul serio. Sarà per accorrere a sincerarsene che a sua volta coperto di botte, va a sfracellarsi con l’automobile contro un camion.

Il giorno dei funerali si scoprirà che Daniele era l’ultimo discendente di una nobile e ricca famiglia, fuggito di casa da giovane, spinto a cercare una ragione di vita e di poesia nella rivolta e nel vagabondaggio e, come Rimbaud, destinato alla sconfitta e all’autodistruzione.



SCENE

I.- Il primo giorno, l’arrivo a Rimini

1. Al porto. Alcuni turisti di uno yacht inglese il Repulse, in avaria, chiedono informazioni ad un passante, ma l’uomo è appena arrivato in città e non la conosce.

2. Il colloquio con il Preside.

3. Le carte. La sera, nuovi amici, la vincita al gioco.

4. La telefonata di Monica. Un amore in crisi.

Il secondo giorno

5. Il primo giorno di scuola. La sua classe, lui si presenta, assegna un tema, ripone la sua fiducia nei ragazzi, essa è tradita, lo scontro con il Preside, ma lui non cambia atteggiamento.

6. La stagione morta. Il monumento ai morti della Resistenza, la lapide commemorativa.

7. Vanina Abati. Una bella ragazza dagli occhi tristi, isolata dagli altri.

8. All’uscita di scuola. Il ragazzo di Vanina viene a prenderla in un’auto sportiva.

9. Rifiuti sulla spiaggia portati dalla risacca del mare.

III. La settimana dopo

10. L’interrogazione di Vanina. Daniele la chiama alla cattedra, le parla, lui riesce a vedere ciò che gli altri non vedono e la tratta con gentilezza e riguardo, lei n’è turbata.

11. La partita a poker con Gerardo. La sera Daniele dà via l’unico ricordo del padre, l’anello, pur di continuare il gioco, ma perde di nuovo.

IV. Il giorno dopo, un giovedì

12. Il Libro di Stendhal. Un pomeriggio felice in compagnia di Vanina, l’inizio di un amore, il bacio di lei e la sua fuga alla vista di Gerardo.

13. La discoteca, il Nuovo Mondo. È la sera del compleanno di Spider, Daniele rivede Vanina insieme con Gerardo, le sembra molto diversa da come l’ha conosciuta e ha dei dubbi sul suo conto, poi lei lo nota e la felicità le sembra già finita, è disperata. Lui ha visto tutto, non si è sbagliato e non la lascia sola, ma lei, scoraggiata, non sa come fare per salvare il loro amore. L’altra Vanina, Gerardo se n’è accorto e invita la compagnia a casa sua per festeggiare Spider.

14. La vendetta. Gerardo mostra un filmino, nel quale appaiono immagini scabrose di Vanina, lei lo ferma, ma ormai è tardi, Daniele non poteva non vedere. Elvira ci prova, ma lui la rifiuta.

15. La lettera dell’amante di Monica. Ormai tra Daniele e Monica non è rimasto nulla, neppure il sesso.

V. Il mattino dopo

16. Vanina abbandona la scuola. La mattina lei non si presenta alle lezioni, lui le telefona, ma lei non gli risponde.

17. La madre di Vanina. A casa Abati la madre lo informa che Vanina si è ritirata da scuola, gli fa sapere che lei voleva lasciare il suo ragazzo, ma gli vieta di rivederla e lo minaccia.

18. La lettera anonima. La sera Monica cerca il libro di Stendhal, gli chiede cosa c’è stato tra lui e Vanina e l’avverte, rimarrà deluso, non è quella la prima volta. Lei non vuole perderlo per non rimanere da sola.

VI. Alcuni giorni dopo

19. La Querciaia. Il viaggio nella memoria in compagnia di Spider, ricordi di gioventù.

20.La festa a casa di Elvira. La sera, durante la festa, a Daniele è predetto il futuro, Spider rivela, invece, il suo passato di poeta, lui ha perso ogni speranza e sta per cedere alle lusinghe di Elvira.

21. L’imbarco per Citèra. Nella notte, Marcello viene a chiamare Daniele: Vanina è tornata e lo cerca, l’amore.

VII. L’ultimo giorno

22. L’ultima partita. All’alba arriva Gerardo, ma Vanina lo respinge, ora ha l’amore di Daniele e non ha più paura di lui, ma questi non si rassegna e cerca di riprendersela con la forza, glielo impedisce Daniele e lui è costretto ad abbandonare la partita, ma prima di andare via, si vendica, rivelando tutta la verità sul conto di Vanina, lei ora ha di nuovo paura, ma Daniele l’ama davvero e non l’abbandona.

23. La partenza di Vanina per Monterchi.

24. L’addio a Monica. Lei non si rassegna e minaccia di uccidersi.

25. L’aggressione. Daniele è ferito.

26. Il congedo dagli amici. A casa di Marcello, Daniele rivela il suo passato e saluta gli amici.

27. Il telefono staccato. Daniele chiama Monica, ma lei ha staccato il telefono

28. La porta chiusa. Spider si reca a casa di Monica, ma lei non apre.

29. Daniele esce di scena. Daniele preoccupato telefona a Spider da un bar, l’amico l’informa di essersi recato a casa sua, ma nessuno gli ha aperto. Daniele decide di tornare indietro.

30. L’incidente.

VIII. Il funerale

31. La prima notte di quiete. La dimora dei padri.



Zurlini e il significato del film La prima notte di quiete

La prima notte di quiete è un verso di Goethe, è la morte. Esprime l’idea che l’uomo nella sua traversata della vita ambisce a un riposo che solo la morte potrà dargli. Era questo un film pieno di cose, di cose che giudico importanti, e che nel film non ci sono. All’origine, si trattava del terzo episodio di un film che non ho potuto fare, che non mi hanno lasciato fare, Il paradiso all’ombra delle spade.

Nell’intellettuale con le ambizioni distrutte non c’è autobiografia, volutamente almeno non c’è. Che poi, indirettamente, ci arrivi qualche frammento autobiografico può anche darsi.

VALERIO ZURLINI

Regista italiano, (Bologna 1926 - Verona 1982). Laureato in legge, durante gli anni universitari si cimentò in spettacoli teatrali e, in seguito, tra la fine degli anni Quaranta e l'inizio dei Cinquanta, diresse una quindicina di documentari.

Nel 1954 passò al lungometraggio con la regia di Le ragazze di San Frediano, adattamento dell'omonimo romanzo di Vasco Pratolini. La consacrazione arrivò con il secondo film, Un'estate violenta (1959), struggente storia d'amore in cui la seconda guerra mondiale fa da sfondo a un'educazione sentimentale.

Zurlini fu autore dalla vena intimista, molto attento alle atmosfere e alla definizione psicologica dei personaggi. In Cronaca familiare (ancora da Pratolini, 1962) propose un dramma commovente calato come di consueto in un'accurata cornice figurativa. Il film vinse il Leone d'Oro a Venezia, ex aequo con L'infanzia di Ivan di Andrej Tarkovskij.

La sua carriera cinematografica proseguì nel 1972 con il malinconico film La prima notte di quiete e con il Deserto dei tartari (1976), tratto dal romanzo di Dino Buzzati. Negli ultimi anni, ha insegnato al Centro sperimentale di cinematografia di Roma.

Zurlini dimostrò di possedere un’innata sensibilità che gli permise di indagare le vicende umane con sottile vena psicologica.

La sua vocazione narrativa gli consentì di confrontarsi, con successo, con alcuni capolavori della letteratura che riuscì a tradurre splendidamente in immagini anche grazie a un raffinato e colto senso figurativo.(3)


Fa un certo effetto tornare, dopo oltre un quarto di secolo, alle immagini de "La prima notte di quiete" - meritoriamente restaurato dalla Philip Morris, in collaborazione con Titanus, Fondazione Scuola Nazionale di Cinema e Cineteca Nazionale - di Valerio Zurlini: impressioni personali, forse, chi scrive ebbe modo di vedere per la prima volta il film appena quattordicenne, riportandone una impressione forte e rimarchevole, come di ciò che ti s'imprime nella memoria per scavarsi una nicchia sempiterna.

Vi si racconta una storia semplice: in una Rimini livida ed invernale, ancor più desolante di quella descritta a suo tempo da Fellini ne "I vitelloni" (1953), si consuma fino alle estreme conseguenze l'amore del professore di liceo Daniele Dominici per la bellissima e chiacchierata allieva Vanina Abati; tutt'intorno, perdigiorno incarogniti od ambigui, madri ruffianamente complici, antiche amanti ormai divenute quotidiana attossicazione.

Cappotto di cammello, aria trasandata, sembiante da maudit rimbaudiano, Daniele è personaggio letterario che tuttavia avvince e convince: intorno a lui un magnifico concertato di attori, Lea Massari ex-compagna sfatta e dolente, Giancarlo Giannini stillante malinconica consapevolezza dai pori d'una noncuranza di facciata, Alida Valli genitrice indegna e astiosa.

Ed a menar la danza Zurlini, cineasta appartato e sensibile, che qui s'apre ad una sorta di autoritratto partecipato e financo sofferto: c'è certo molto di lui in questo Daniele, apprendista cinico perennemente rinviato a settembre, accanito giocatore d'azzardo che incanto folgora dinanzi alla visione della "Madonna del Parto" di Piero della Francesca.

La passione febbrile, ansiogena, sfinente che lega i due protagonisti si svolge nel segno appena celato del cupio dissolvi: la prima notte di quiete, titolo scelto da Daniele per un libriccino giovanile di poesie dedicato ad una giovanissima cugina suicida, è metafora di morte, assillo autodistruttivo che cerca i modi per concretarsi.

Ce n'è già un presagio nell'unica notte d'amore ch'egli trascorre con la diletta Vanina: dopo il cercarsi spasmodico dei corpi, l'irruzione della verità attraverso la furia malevola di chi non tollera illusioni di purezza; e la rabbia della scoperta, quel sogno d'innocenza perduto.

Come fosse un annuncio calcolato, un'anticicipazione: di lì a poco, quasi invocata con struggimento, la fine della corsa. (4)


Il professor Daniele Dominici ottiene un incarico temporaneo in un liceo di Rimini. Fra le allieve della classe che gli è stata assegnata c’è Vanina, una ragazza molto bella ma stranamente malinconica, negativa ed introversa. Alcuni suoi compagni fanno spesso delle battute allusive nei suoi confronti. Vanina frequenta un ricco ed equivoco personaggio del posto, Gerardo, che la maltratta, inganna e tradisce. Daniele convive con Monica ma oramai non hanno più nulla da dirsi, stanno insieme per abitudine e disperazione. La loro unione è per Daniele l’espressione della sua vita in generale: vuota, senza illusioni ed obiettivi. Le uniche cose che l’attraggono ancora sono la poesia e l’arte. Nell’incontrare Vanina è come se improvvisamente avesse riconosciuto un quadro di valore in mezzo a tanti falsi ed è un colpo di frusta per lui, che se ne innamora perdutamente, riconoscendo in lei la sua stessa apparentemente insanabile tristezza. Nonostante le minacce della madre della ragazza e la pessima reputazione che gode Vanina presso la compagnia che frequenta, dopo uno scontro con Gerardo, che segue ad una notte d’amore trascorsa con la ragazza, Dominici decide di rifarsi una vita scappando con lei, anche se Monica minaccia di suicidarsi. La prima notte di quiete non ha però nulla a che vedere con Vanina ed il futuro che intendono trascorrere assieme.

“...La prima notte di quiete è un verso di Goethe, è la morte. Esprime l’idea che l’uomo nella sua traversata della vita ambisce a un riposo che solo la morte potrà dargli. Ma parlare di questo film non mi è molto gradito; era un film pieno di cose, di cose che giudico importanti, e che nel film invece non ci sono. All’origine, si trattava del terzo episodio di un film che non ho potuto fare, che non mi hanno lasciato fare, ‘Il Paradiso all’Ombra delle Spade’… Ed era una sceneggiatura molto bella. La necessità di avere una coproduzione e di avere Delon – la presenza di Delon, la volgarità di Delon – mi ha costretto a considerare solo in parte il copione e le ambizioni del progetto. Da un certo momento in poi ho solo cercato di finire alla svelta, più alla svelta possibile. La lavorazione di quel film è stata semplicemente una tortura.” (Valerio Zurlini in “Il cinema italiano d’oggi” di Faldini & Fofi, Mondadori 1984).

È piuttosto sorprendente leggere questo commento dello stesso regista Valerio Zurlini riguardo la sua opera, soprattutto considerando che per molti è diventata un vero e proprio cult ed è ritenuta un capitolo fondamentale della cinematografia nostrana degli anni settanta.

Winston Churchill diceva che ‘un ottimista vede l’opportunità in ogni difficoltà, mentre il pessimista vede la difficoltà in ogni opportunità’. Il professor Daniele Dominici (Alain Delon) non è né l’uno, né l’altro: è ateo e nichilista, nel senso che non ha più aspettative, non ha più speranze ed ha già messo da parte ogni illusione pur essendo soltanto intorno ai quarant’anni. Siamo nel periodo della contestazione giovanile del sessantotto, della quale a lui però non frega niente: ‘Per me neri o rossi siete tutti uguali, i neri solo più cretini’, risponde ai suoi allievi quando lo sollecitano ad esprimersi in merito. Eppure con loro ha un rapporto franco e tollerante come non sono abituati ad instaurare con gli altri insegnanti. In realtà la sua non è complicità, né una maniera anticonformista di fare pedagogia: semplicemente non gliene importa nulla neppure dell’insegnamento e lo dice con franchezza sia all’attonito preside (Salvo Randone) che alla sua stessa classe quando afferma che lui al massimo può ‘spiegare perché un verso del Petrarca è bello e presumo di saperlo fare’ ma senza volerlo imporre a nessuno. Siamo insomma esattamente all’opposto rispetto all’ottimismo del professor Keating di L’Attimo Fuggente il quale metteva tutto il suo entusiasmo ed il suo metodo didattico fuori dalle convenzioni al servizio dei suoi allievi, ritenendo che una società migliore debba essere costituita da persone capaci di ragionare con la propria testa senza seguire pedissequamente le regole definite da altri.

Daniele invece è un uomo che non si aspetta più nulla dalla vita, sopravvive per inerzia, come se avesse l’elettroencefalogramma piatto, senza avere il coraggio e la voglia di farla finita in una società nella quale non è ancora prevista la pratica dell’eutanasia. Gli unici sussulti del suo immaginario grafico vitale sono rappresentati dalla declamazione di alcune poesie e la contemplazione di certe opere d’arte. Come se una (la poesia) e l’altra (l’opera d’arte) si fondessero magicamente fra loro, egli ne trova ideale personificazione nel contrasto dissonante di bellezza, malinconia e rassegnazione, che coglie con insolito acume per un apatico cronico qual’è diventato da tempo, in una sua alunna, Vanina (Sonia Petrova). La ragazza ha solo 19 anni ma Daniele pare aver intuito e riconosciuto immediatamente l’angoscia che sembra pervaderla. Vanina infatti è l’unica a rifiutarsi di scegliere il tema apparentemente più facile fra i due che Dominici ha assegnato il primo giorno di lezione: ‘Parlate di voi stessi’ (giusto per capire più velocemente con chi ha a che fare) e ne prende istintivamente le difese perché riconosce immediatamente in lei qualcosa che gli appartiene e lo tormenta, oltre a vederla così distante dal conformismo dei suoi compagni e coetanei. E quando più avanti si scopre ineluttabilmente innamorato di lei, che è comunque un modo assolutamente irrazionale ma ottimistico di relazionarsi con la vita, prova la stessa sensazione di sorpresa mista ad eccitazione che ha letto nel volto del turista australiano che è giunto a Rimini con il suo yacht, nella prima scena del film, dopo aver perso l’orientamento durante la navigazione, così come si può perderlo durante il corso dell’esistenza in senso lato.

Daniele Dominici, nonostante il preside nel colloquio di presentazione gliene chieda invano riscontro, nega di essere il figlio del comandante eroe di guerra, morto in combattimento ad El Alamein. Egli ha troncato da tempo con il suo passato, la ricca famiglia borghese alla quale appartiene e si è rifugiato all’estero, in Inghilterra prima ed in Francia poi (ecco perché legge il quotidiano ‘Le Figaro’ e la rivista ‘Newsweek’), ma la sua fuga ha origine anche in una tragedia, il suicidio del suo primo amore Livia, che ha immortalato in un libricino di poesie, a lei medesima dedicato. Da allora ha vagato senza meta, rinnegando se stesso, le sue oramai sepolte chimere, il potere utopistico della stessa poesia e dell’arte, sino a tornare, come fosse un effetto del caso o un richiamo irresistibile, ai luoghi di origine dove, nell’incontrare Vanina, trova una inaspettata e vitale boccata d’ossigeno per uscire dal coma intellettuale ed affettivo nel quale è sprofondato. Daniele rivede in lei la ‘Madonna del Parto’ di Piero della Francesca e nel descriverla con passione di fronte alla ragazza che ha invitato ad andare insieme a lui a Montecchi per rimirarla, ottiene un doppio scopo: scuotere Vanina dal suo torpore e colpirla per la sensibilità umana ed artistica che lui dimostra di possedere, inconsueta nelle persone che lei è abituata a frequentare. Salvo poi deluderla al ritorno quando si ferma con l’auto al buio di una strada, proprio dove lei sperava non accadesse, per evitare la banalità di un approccio qualunque mentre avrebbe voluto concludere quella bella ed insolita giornata in maniera meno squallida, essendo abituata ad essere considerata soltanto una donna facile da quelli che la circondano. Per un curioso gioco delle parti, stavolta è il professor Dominici a ricevere una lezione dall’allieva e subito dopo a riguadagnare la sua stima e fiducia confessandole: ‘…lo sconforto che hai dentro, la tua malinconia senza rimedio, non riesco a sopportarla…’.

D’altronde Daniele è un personaggio contradditorio. Ad esempio, appena arrivato a Rimini non ha esitato ad entrare in una compagnia costituita da una serie di personaggi equivoci, amici per causa più che per effetto, vivendo in provincia. Una sorta di Vitelloni o Amici Miei che hanno smarrito però ogni forma ironica e goliardica sopraffatti dalla noia e dalle consuetudini per sprofondare nell’alcool, nella droga, nel sesso privo di qualsiasi sentimento, mordendosi persino fra loro come cani rabbiosi. Fra di essi c’è lo stesso Gerardo (Adalberto Maria Merli), Marcello (Renato Salvatori) e, soprattutto, il dottor Giovanni Mosca (Giancarlo Giannini), detto ‘Spider’ dai suoi compagni di (s)venture. Quest’ultimo è un uomo di buona cultura e letture, l’unico ad avere qualcosa in comune con Dominici, del quale è in grado di decifrare la sofferenza interiore e che avverte nei suoi confronti un qualcosa di analogo a quello che Daniele prova verso Vanina: un bisogno istintivo di proteggerlo per assonanza, essendo entrambi di un livello intellettivo incomprensibile per gli altri, qualcosa che difatti viene inteso addirittura per un approccio omosessuale da Marcello, abituato invece a ragionare senza andare oltre le apparenze. Difatti è proprio ‘Spider’ a trovare la chiave per scardinare le barriere esterne che ha eretto su di sè da tempo Daniele e quell’aria di mistero che lo circonda e lo rende affascinante al tempo stesso, ovvero una breve raccolta di poesie intitolata appunto ‘La Prima Notte Di Quiete’, che rappresenta una sorta di confessione e dannazione senza tregua al tempo stesso, nonostante egli ne chiarisca il senso asserendo che la morte corrisponde alla prima notte senza sogni. ‘Puoi giocare a man bassa con questa massa di caproni, ma non con me!’, rivela infatti ‘Spider’ a Daniele e sarà anche l’unico a rimanere al suo fianco sino alla fine, sostenendolo pure economicamente, nonchè ad essere testimone, nella sequenza che chiude il film, della differenza abissale fra Daniele ed i rappresentanti della famiglia con la quale lui ha chiuso a suo tempo e che sembrano statue di cera provenienti da un’epoca remota.

Daniele convive da dieci anni con Monica (Lea Massari) anche se il loro rapporto si è consumato e spento come una candela, senza brillare mai molto. Lei lo ha anche tradito ma pur di non perderlo e tornare a capo chino dal marito che ha lasciato un tempo, si accontenta di sostenere che anche solo ‘stare insieme per disperazione vuol dire molto’ e sarebbe persino disposta ad umiliarsi accettando di dividerlo con Vanina. Daniele ha un atteggiamento contradditorio nei suoi confronti: non vuole mortificarla, ma allo stesso tempo giunge al punto di trattarla come una sorta di prostituta, sin quasi a violentarla per sfogare la frustrazione sessuale nei riguardi di Vanina quando sembra che lei gli si voglia negare, ma è anche premuroso, sino alle estreme conseguenze, quando gli viene il dubbio che davvero Monica possa aver messo in atto la minaccia di suicidarsi a seguito del suo addio definitivo. Vanina è per Daniele l’ancora di salvezza. Tentando di salvare lei per farla uscire dal vicolo cieco nel quale l’hanno cacciata prima la madre (una straordinaria e perfida Alida Valli), che l’ha prostituita sin da ragazzina, poi Gerardo ed il resto della compagnia che se la sono passata l’un l’altro, aiuta anche se stesso a superare i rimorsi che non l’hanno più abbandonato da quando il suo primo amore, Livia, si è suicidata. Gerardo, spalleggiato dagli altri suoi ‘amici’, solidali solo quando si tratta di difendere e nascondere le loro miserie, nel momento in cui scopre Vanina assieme a Daniele dopo ‘la prima notte d’amore’ trascorsa in una casa fuori mano (che è forse anche la prima della loro vita nella quale hanno raggiunto l’estatica e passionale unione fra anima e corpo senza sottostare ad alcun obbligo e compromesso) la definisce sprezzantemente come ‘…bella, ma molto, molto scomoda, con tanto passato, poco presente, niente futuro’, come certi frutti esteriormente perfetti ed invitanti ma che sono marci dentro. La reazione di Daniele è quella di colui che, pur essendone cosciente, non tollera che gli venga sporcato l’unico momento di verità che lui e Vanina stanno vivendo e nel quale sta trovando forza e motivazioni per riscattare la sua vita inutile.

Valerio Zurlini, al di là di quanto riportato all’inizio, ha realizzato un’affascinante e coinvolgente opera decadente che si esalta in un pessimismo senza speranza e che mescola assieme molti vuoti fra quelli che la nostra cultura considera invece valori e capisaldi indiscutibili: quello della vita come esperienza positiva, quello della presenza di Dio, quello della cultura come accrescimento e maturazione interiore, quello della speranza in un futuro diverso e migliore. Già a partire dalla visione di Rimini in un freddo e lugubre inverno, la spiaggia deserta, il mare grigio come il cielo (esaltati dalla fotografia di Carlo Di Palma), così diversi dall’iconografia classica e quella tromba che suona come fosse un grido di dolore amplificando ulteriormente il senso di solitudine che le immagini trasmettono, si capisce quanto possa essere cangiante, relativa e personale la percezione di un luogo. E le atmosfere che esso emana, così simili in questo caso alle irrisolvibili aspettative ed angoscie dell’animo umano. In tale concezione La Prima Notte di Quiete si avvicina a certe opere di Ingmar Bergman e di Carl Theodor Dreyer, anticipando inoltre i temi di oppressione, disillusione e speranze vane de Il Deserto dei Tartari. La differenza sta nel fatto che in quegli autori la rappresentazione si trasforma spesso in ermetismo metafisico mentre in questo caso Zurlini è sin troppo esplicito ed anche le simbologie che semina come grani lungo il racconto nulla tolgono all’evidenza ed alla chiarezza espositiva.

Il tanto deprecato Alain Delon, quasi a voler superare l’ostilità di Zurlini (al quale qualcuno sospetta che abbia persino imposto il drammatico finale, non in linea con lo stile del regista), sfodera una delle migliori interpretazioni della sua carriera. Il cappotto che indossa praticamente dall’inizio alla fine del film, così come l’immancabile sigaretta sempre in bocca, testimoniano, se ce ne fosse ancora bisogno, l’assoluta piattezza, malinconia e monotonia della sua vita. Alla stessa stregua le prove degli altri interpreti di spicco: dalla già citata breve ma intensa parte di Alida Valli, alla rassegnazione dolosa di Lea Massari, la tracotanza e la viltà del personaggio così efficacemente raffigurato da Adalberto Maria Merli, sino ad arrivare alla sofferta e profonda dignità e solidarietà che esprime Giancarlo Giannini nei confronti di Daniele. Tutti assieme testimoniano e contribuiscono in maniera esaustiva, già per loro conto, a delineare la forza emotiva di un’opera inusuale nel panorama del cinema italiano, ma non per questo meno significativa. Un discorso a parte merita Sonia Petrova, una meteora, che in seguito è apparsa solo in una piccola parte in Ludwig di Luchino Visconti ed in altre due opere insignificanti, ripercorrendo per così dire la lapidaria definizione citata innanzi e pronunciata dal suo amante-padrone Gerardo Pavani. Una ragazza che è già donna e non è mai stata bambina, che racchiude in un fragile e sofferto guscio un fascino ed una sensualità fuori dal comune. Essa rappresenta idealmente l’immagine della donna, come certi personaggi mitologici, che può sconvolgere la vita di chiunque: ‘Madonna del parto’ ed icona erotica che convivono armoniosamente nonostante la distanza apparentemente incolmabile fra di loro.

La Prima Notte di Quiete è anche il caso unico di un’opera cinematografica che può essere riassunta, come fosse una sorta di scatola cinese, da una canzone che viene eseguita durante la sequenza che vede il gruppo dei cosiddetti amici festeggiare il compleanno di ‘Spider’: ‘Domani è un Altro Giorno’ di Ornella Vanoni, il cui testo, per le analogie che contiene, può essere letto anche per esteso e non in versi nella classica forma lirica,senza perdere significato ed efficacia espressiva:

“È uno di quei giorni che ti prende la malinconia che fino a sera non ti lascia più. La mia fede è troppo scossa ormai ma prego e penso fra di me, proviamo anche con Dio non si sa mai. E non c’è niente di più triste in giornate come queste che ricordare la felicità sapendo già che è inutile ripetere: chissà? Domani e’ un altro giorno si vedrà. È uno di quei giorni in cui rivedo tutta la mia vita, bilancio che non ho quadrato mai. Posso dire d’ogni cosa che ho fatto a modo mio, ma con che risultati non saprei e non mi sono servite a niente esperienze e delusioni e se ho promesso non lo faccio più, ho sempre detto in ultimo: ho perso ancora ma domani è un altro giorno, si vedrà. È uno di quei giorni che tu non hai conosciuto mai, beato te, sì beato te. Io di tutta un’esistenza spesa a dare, dare, dare …. non ho salvato niente, neanche te, ma nonostante tutto io non rinuncio a credere che tu potresti ritornare qui e come tanto tempo fa ripeto: chi lo sa? Domani è un altro giorno si vedrà e oggi non m’importa della stagione morta, per cui rimpianti adesso non ho più e come tanto tempo fa ripeto: chi lo sa? Domani e’ un altro giorno si vedrà, domani e’ un altro giorno si vedrà…”.

Quest’opera così particolare non solo nella cinematografia di Zurlini ma nel panorama del cinema italiano in generale, pur essendo stato realizzata durante gli anni della grande contestazione e rivolta giovanile, non è un film politico e va quindi controcorrente, scavando profondamente dentro i meandri dell’animo umano e sul significato riguardo le cose ultime della vita con le quali ogni persona di buon senso è chiamata prima o poi a fare i conti, confrontandosi con se stessa. Daniele Dominici, che qualcuno ritiene possa essere un alter ego dello stesso Valerio Zurlini, forse in ultima analisi avrebbe sottoscritto l’affermazione dello scrittore americano James Branch Cabell: 'L’ottimista proclama che viviamo nel migliore dei mondi possibili, il pessimista teme che possa essere vero'. Maurizio Pessione. (5)

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Comentarios

  1. Hasta que por fin encontré la película. Y mi primo diciendo que era en Somos Series pero esta equivocado. Que buen blogs y de paso de tan opción a la descarga directamente.

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